Sí, lo sé. Soy una perra y no escribo nada. Pero es que sigo en fase de adaptación aquí en Granada y también en fase de adaptación a el teclado de este maldito portátil, con el que ahora tardo dos horas más en teclear una frase bien escrita que con un teclado normal, seguramente porque como no me corto mucho las uñas, la dificultad se multiplica sobremanera. Y encima me aburro. No puedo hablar con mamá, ni discutir con el capullo de mi hermano, ni mosquarme por cómo me habla mi padre, así que me dedico a discutir con el pobre chico que la casualidad me puso como adjunto y que, al no estar acostumbrado a tanta bonca seguida, se afecta con bastante facilidad. Aquí los profesores hablan en andaluz, y aunque al principio me entretenía en pensar interiormente en las patadas a la lengua que meten de vez en cuando, y en cómo las pobres rubitas erasmus que se sientan delante no deben entender un pijo de este tipo de español al que le faltan letras, ha llegado un momento en el que me jode un huevo oir las palabras a medias. Cosas de los madrileños seguramente. Además echo de menos a las idiotas de mi clase del año pasado y a mi compañera Mar, con la que me lo pasaba pipa riéndonos de ellas y comentando los avatares académicos más entretenidos. Y es que resulta que me he echado unas compañeras aquí que son demasiado buenas y no se meten con nadie,vaya mierda.
Por lo demás, todo igual. Mis compañeros de piso dejan el estropajo de fregar lleno de cachitos de comida, lo cual me resulta ciertamente asquerosillo, y ayer les fregué una pila de platos y no me hicieron ni un comentario. Ya no les vuelvo a fregar, hala.